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la verdadera identidad de pedro calleja

Veranos de cine: La matanza de Texas

Veranos de cine: La matanza de Texas El tonto del pueblo se parte de risa. Le faltan todos los dientes menos uno. Se tira al suelo para hacer el baile de la croqueta mientras mantiene en posición vertical una botella de güisqui casero. Las moscas zumban a su alrededor como ventiladores cascados. Alguien ha decidido desenterrar a los muertos del cementerio y ponerles a bailar la tarantela. Turistas y periodistas fotografían la carne putrefacta. Los flashes de sus cámaras compiten en desigualdad de condiciones con un sol que parece de otro mundo. Los policías del estado contemplan la escena con palillos en la comisura de los labios. Estamos en la Norteamérica Profunda: quien entre aquí que abandone toda esperanza. Así comienza este clásico del cine de terror postmoderno protagonizado por un puñado de jovenzuelos en viaje de placer por el Infierno. Todos van emparejados y calentorros menos el chico de la silla de ruedas, capaz de sacar de quicio a cualquiera. Por el camino recogen a un autoestopista pirado que se corta la mano con un cuchillo y quema pólvora sobre una polaroid. Tras marcar la furgoneta de los chicos con un símbolo de horror cósmico, el chiflado desaparece en una tormenta de carcajadas. Luego llega lo peor. Los miembros de una familia de carniceros degenerados se convierten en anfitriones de los incautos excursionistas. La función comienza con un golpe de maza en la sien y sigue con una chavala colgada de un gancho para reses. Después se celebra un juego nocturno de persecuciones y un banquete psicodélico de carne cruda. La cosa acaba con un prolongado grito de pánico y un runrún asesino. El killer esconde su estúpida mueca tras una máscara de piel humana. Sólo el cuerpo de la última presa, la que se escapa, mantiene las constantes vitales; en su mente hace tiempo que se apagó la luz. Click.

La matanza de Texas (The Texas Chainsaw Massacre), de Tobe Hooper. Estados Unidos, 1974.

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