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la verdadera identidad de pedro calleja

LZN: El hombre-lobo, de Joe Johnston

LZN: El hombre-lobo, de Joe Johnston

Ya se ha explicado antes en muchas partes: esta película es un collage de piezas sueltas. En su elaboración han metido la zarpa demasiadas personas. Joe Johnston, el director, no es el único responsable del desastre. En realidad, el desastre de El hombre-lobo es como uno de esos desastres anónimos, colectivos y fuenteovejunos de la historia del cine, que en el pasado dieron lugar a monumentos del catacroc creativo del calibre de Cleopatra. Evidentemente, El hombre-lobo no tiene tanto empaque de culto como Cleopatra, porque ni Benicio del Toro es Elizabeth Taylor ni los efectos especiales generados por ordenador cuestan tanto ahora como en su día costaron los de cartón piedra de la biopic de la reinona de Egipto. Los defectos de El hombre-lobo son más de estar por casa. Por ejemplo, que la historia tenga que ponerse en marcha con una especie de trailer explicativo acompañado de voz en off. Que Del Toro deambule de aquí para allá con esa expresión abotargada de los que beben alcohol desde que se levantan hasta que se acuestan. Que, en los planos generales, la bestia peluda parezca un muñeco de goma que rebota contra los elementos supuestamente sólidos de un decorado virtual. Todo eso era de esperar. A mí lo que me solivianta la fibra cinéfaga es que la película se pierda por el camino varias veces (el episodio del manicomio, las charletas padre/hijo), que no aproveche su vena, venita erótica (ay, el plano hipercercano de Del Toro mirándole el escote y la boca a la mullidita Emily Blunt), y que, en suma, no se tome demasiado en serio su esencia gótica al más puro estilo de la Universal (presente en los créditos y en las escenas de catacumba). Le falta pasión de autor a este encargo descabezado. Claro que, por otra parte, me divierten estos (y otros) patinazos. Disfruto tratando de poner orden entre tanto desconcierto. Y al final, salgo del cine con la sonrisa puesta: licántropo perdido.

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