El terrol
Hay dos maneras de ver una película de terror española de los años 70. Una es tronchándose de risa; la otra, tomándosela completamente en serio. Ninguna de las dos es aconsejable, aunque Jacinto Molina / Paul Naschy prefiera, sin duda, la segunda. Al fin y al cabo, él es el único actor / guionista / realizador español que se ha tomado la molestia de construirse una filmografía fantaterrorífica a prueba de completistas pirados. No nos olvidemos de que el Hombre-Lobo europeo más famoso del mundo mundial también se ha metido en la piel de Drácula, la Momia, el Dr. Jekyll, el Monstruo de Frankenstein y otros muchos personajes clásicos y menos clásicos, como el brujo resucitado Alaric de Marnac, el inquisidor Bernard de Fossey y el jorobado Gotho, en títulos de culto como La marca del hombre lobo (1968), La noche de Walpurgis (1970), El gran amor del conde Drácula (1972), El jorobado de la morgue (1972), El espanto surge de la tumba (1972) e Inquisición (1976). Él solito representa a más del 50 % del cine de terror español de todos los tiempos. Ahí es nada. Además, y esto es lo más importante, sus películas funcionan. ¿Cómo? De muchas maneras. Primero, son piezas de coleccionista: tienen un look de co-producción setentera canalla que encandila. Segundo: mezclan terror y erotismo con una ingenuidad pasmosa, sin prescindir de toquecitos gore y morbosidades varias. Tercero: los bajos presupuestos están disimulados con imaginación, fogonazos de color e improvisaciones formales que rozan lo experimental. Cuarto: están concebidas con mimo, respeto y sabiduría de serie B. Quinto, y esto sí que duele: ya no se hacen.
Texto publicado en la versión impresa del fanzine Chicas en biquini buscando a Norman Bates, en el ejemplar distribuido con ocasión del pase en la sala Sidecar de la película Inquisición, el miércoles 14 de junio de 2000, a las 23:00 horas, dentro del ciclo de cine freak y chiripitifláutico Cinefagia.
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pamela -