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la verdadera identidad de pedro calleja

LZN: Invictus, de Clint Eastwood

LZN: Invictus, de Clint Eastwood

LZN es La Zona Negativa. Bajo este epígrafe colgaré críticas cascarrabias de películas recientes. La crítica negativa me atrae. Creo que puede ser tan útil, o más, que la positiva. Cualquier película merece una crítica negativa. Yo voy a intentar cagarme en todas las películas que vea. Por puro ejercicio de estilo.

Tv-movie. Películita televisiva de sobremesa. Ustedes ya saben de qué les estoy hablando. De una de ésas que cuentan una historia basada en hechos reales. De superación personal. De madres que luchan por sus hijos. De enfermos que se curan. De maridos maltratadores. De llorar, pero no mucho. De suspense, pero lo justo. De sabérsela de memoria sin haberla visto antes. De repetición. Pues eso es lo que hace Clint Eastwood desde, no sé, 1998 ó 1999. Tv-movies. Cositas sin importancia que encandilan a críticos, cinéfagos y estudiantes de gramática audiovisual.

Invictus es eso: una tv-movie. Como lo eran Gran Torino, El intercambio y Million Dollar Baby. Yo fui a verla atraído por el carisma de Eastwood, que este año cumple los 80 y sigue posando en las fotos de las revistas para hombres con gesto de superman hermético que fulmina con la mirada. Incomprensiblemente, siempre que voy a ver una nueva película suya, pienso que será tan buena como Sin perdón o Los puentes de Madison. Me olvido de todo lo demás. Con Invictus volvió a pasarme lo mismo. Empecé con la sonrisa puesta, dejándome llevar por ese ritmo pausado que algunos colegas míos denominan clasicismo narrativo. A los 30 minutos, me puse serio, tratando de descifrar la intencionalidad oculta de tanta ñoñería sin sustancia. Fue pasando el tiempo, la vida, todo. Y acabé bufando de rabia, ahíto de motivación deportiva, con la misma sensación de vacío intelectual que le entra a uno después de leer un reportaje de viajes en El País Semanal.

Está claro que Eastwood pasa de complicarse la vida. Es un viejuno seductor que está de vuelta de todo y de todos. Filma como respira, sin pensar. Inmune, no al desaliento, sino al mal aliento. En Invictus sale Morgan Freeman imitando a Nelson Mandela a la perfección. Mandela debe ser un tipo con mucho carisma: educado, suave, diplomático, ocurrente. A su alrededor, las cosas fluyen. La película también es así: amable. No pasa nada malo. Ni un segundo de tensión. Matt Damon hace de gigantón que juega al rugby, y se le nota en la cara que no está a gusto tratando de aparentar ser el doble de grande de lo que en realidad es. Va por ahí como preocupado, hinchado, consciente de los límites del encuadre. El salón de su casa parece el decorado de una sitcom, con unos padres que actúan como si fueran troquelados con voz pregrabada.

Todo lo que les pasa a los personajes principales y secundarios de Invictus es o parece intranscendente. Son datos, detalles. Van, vienen, comen, duermen, hablan por teléfono, se estrechan la mano, toman decisiones, cambian de opinión, se ilusionan, leen poemas, entrenan, visitan la celda donde Mandela se pasó tropecientos años encerrado: todo con el piloto automático puesto. Un auténtico tsunami de lugares comunes trufados de tópicos. El tramo final incluye un resúmen de partidos de rugby. Evidentemente, los jugadores del equipo neozelandés salen bailando el haka. Momento que aprovecho para engorilarme y sacarle la lengua a Eastwood y a la Madre Que Lo Parió. ¡Las tv-movies, en casa, los domingos, con la mantita puesta y la tableta de chocolate!

2 comentarios

MANOLÍN -

CUÁNTA RAZÓN TIENE UD!!
ahí, ahí...

Snob Megalove -

"la misma sensación de vacío intelectual que le entra a uno después de leer un reportaje de viajes en El País Semanal"

Jajaja! Grande!