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la verdadera identidad de pedro calleja

Veranos de cine: La ley del deseo

Veranos de cine: La ley del deseo Recordábamos ayer a Anita Ekberg y Marcello Mastroiani remojándose en la Fontana di Trevi en La Dolce Vita. También el cine español cuenta con una escena tan excitante, simbólica y estival como aquella. La protagoniza Carmen Maura, exhultante de alegría debajo de un manguerazo de agua fresca, a las tantas de la madrugada, en plena movida madrileña, ante las miradas atónitas de un funcionario del ayuntamiento, una hija beata de la Virgen y un hermano director de cine. Es una imagen que no se olvida porque afecta más a las tripas que al cerebro, remueve sentimientos más que conciencias: pega donde más nos gusta que duela. Almodóvar tiene la culpa de que buena parte del resto de esta película inimitable alcance la misma intensidad. El es quien coloca a Eusebio Poncela en el vértice de un triángulo amoroso marcado por el melodrama kitsch. Un triángulo cuyos ángulos de base están ocupados respectivamente por un dulce muchacho de pestañas largas, Miqui Molina, todo mimos y rizos, y un fan fatal de las situaciones límite, Antonio Banderas, insoportable de carisma. Que del roce entre estos tres hombretones surjan las chispas necesarias para prender la mecha del deseo feroz, es una cuestión de temperamento cinematográfico. Y aquí hay para dar y tomar. Lo de menos, como siempre, son los resortes mecánicos de la historia: quién lo hizo, cuándo, porqué y cómo. Mucho más interesante resulta tomarle la temperatura al mogollón del asunto. De 42 grados centígrados no baja. Quema. Ay.

La ley del deseo, de Pedro Almodóvar. España, 1986.

1 comentario

Anónimo -

a los maricones .puerta de españa si heart