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la verdadera identidad de pedro calleja

LZN: Invictus, de Clint Eastwood

LZN: Invictus, de Clint Eastwood

LZN es La Zona Negativa. Bajo este epígrafe colgaré críticas cascarrabias de películas recientes. La crítica negativa me atrae. Creo que puede ser tan útil, o más, que la positiva. Cualquier película merece una crítica negativa. Yo voy a intentar cagarme en todas las películas que vea. Por puro ejercicio de estilo.

Tv-movie. Películita televisiva de sobremesa. Ustedes ya saben de qué les estoy hablando. De una de ésas que cuentan una historia basada en hechos reales. De superación personal. De madres que luchan por sus hijos. De enfermos que se curan. De maridos maltratadores. De llorar, pero no mucho. De suspense, pero lo justo. De sabérsela de memoria sin haberla visto antes. De repetición. Pues eso es lo que hace Clint Eastwood desde, no sé, 1998 ó 1999. Tv-movies. Cositas sin importancia que encandilan a críticos, cinéfagos y estudiantes de gramática audiovisual.

Invictus es eso: una tv-movie. Como lo eran Gran Torino, El intercambio y Million Dollar Baby. Yo fui a verla atraído por el carisma de Eastwood, que este año cumple los 80 y sigue posando en las fotos de las revistas para hombres con gesto de superman hermético que fulmina con la mirada. Incomprensiblemente, siempre que voy a ver una nueva película suya, pienso que será tan buena como Sin perdón o Los puentes de Madison. Me olvido de todo lo demás. Con Invictus volvió a pasarme lo mismo. Empecé con la sonrisa puesta, dejándome llevar por ese ritmo pausado que algunos colegas míos denominan clasicismo narrativo. A los 30 minutos, me puse serio, tratando de descifrar la intencionalidad oculta de tanta ñoñería sin sustancia. Fue pasando el tiempo, la vida, todo. Y acabé bufando de rabia, ahíto de motivación deportiva, con la misma sensación de vacío intelectual que le entra a uno después de leer un reportaje de viajes en El País Semanal.

Está claro que Eastwood pasa de complicarse la vida. Es un viejuno seductor que está de vuelta de todo y de todos. Filma como respira, sin pensar. Inmune, no al desaliento, sino al mal aliento. En Invictus sale Morgan Freeman imitando a Nelson Mandela a la perfección. Mandela debe ser un tipo con mucho carisma: educado, suave, diplomático, ocurrente. A su alrededor, las cosas fluyen. La película también es así: amable. No pasa nada malo. Ni un segundo de tensión. Matt Damon hace de gigantón que juega al rugby, y se le nota en la cara que no está a gusto tratando de aparentar ser el doble de grande de lo que en realidad es. Va por ahí como preocupado, hinchado, consciente de los límites del encuadre. El salón de su casa parece el decorado de una sitcom, con unos padres que actúan como si fueran troquelados con voz pregrabada.

Todo lo que les pasa a los personajes principales y secundarios de Invictus es o parece intranscendente. Son datos, detalles. Van, vienen, comen, duermen, hablan por teléfono, se estrechan la mano, toman decisiones, cambian de opinión, se ilusionan, leen poemas, entrenan, visitan la celda donde Mandela se pasó tropecientos años encerrado: todo con el piloto automático puesto. Un auténtico tsunami de lugares comunes trufados de tópicos. El tramo final incluye un resúmen de partidos de rugby. Evidentemente, los jugadores del equipo neozelandés salen bailando el haka. Momento que aprovecho para engorilarme y sacarle la lengua a Eastwood y a la Madre Que Lo Parió. ¡Las tv-movies, en casa, los domingos, con la mantita puesta y la tableta de chocolate!

El hombre lobo

El hombre lobo

Ayer, viernes 12 de febrero de 2010, publiqué este texto informativo sobre El hombre lobo en el suplemento Metrópoli del diario El Mundo.

Oficialmente, la primera película de hombres lobo que triunfó en taquilla fue El hombre lobo, de George Waggner, que se estrenó en 1941. Producida por Universal y protagonizada por Lon Chaney, Jr., asentó las bases dramáticas del personaje, convirtiéndolo en un icono del género comparable a Drácula o el monstruo de Frankenstein. Desde entonces, se han rodado centenares de historias licantrópicas, algunas tan desenfadadas como Un hombre-lobo americano en Londres, de John Landis, o De pelo en pecho, con Michael J. Fox. La que ahora llega a nuestras carteleras, también producida por Universal y también titulada El hombre lobo, se inspira directamente en el clásico de los años cuarenta. Es un remake en toda regla.

Basándose en el argumento original de Curt Siodmak, los guionistas Andrew Kevin Walker (Sleepy Hollow) y David Self (Camino a la perdición) nos proponen en esta nueva versión una trama de ambientación victoriana y tono gótico, con maldición familiar, asesinatos sangrientos y romances imposibles. Lawrence Talbot (Benicio del Toro, Che, el argentino), un actor de origen noble traumatizado por la extraña muerte de su madre, regresa al hogar familiar tras ser informado de que su hermano mayor ha desaparecido misteriosamente. Allí se reencuentra con su severo padre, Sir John Talbot (Anthony Hopkins, El silencio de los corderos), y con la bella novia de su hermano, Gwen Conliffe (Emily Blunt, El Diablo viste de Prada).

Talbot no tarda en percatarse de que algo grave sucede en la región donde se asentaron sus ancestros hace varios siglos. En las noches de luna llena, una bestia salvaje acecha en la espesura de los bosques y en las inmediaciones de los caminos transitados por los lugareños. Muchos de ellos han sido atacados y han muerto de una forma espantosa. El caso esta siendo investigado por el inspector Aberline (Hugo Weaving, El Señor de los Anillos), de Scotland Yard, quien está convencido de que todo es un montaje estrafalario para encubrir al verdadero culpable de los crímenes. No opina lo mismo Maleva (Geraldine Chaplin, Imago Mortis), la reina gitana.

Talbot trata de dar caza a la bestia, pero, por desgracia para él, acaba malherido e infectado del mal de la licantropía. A pesar de que su padre le instruye acerca de la maldición, el desgraciado protagonista del film las pasa canutas durante las noches de luna llena. Transformado en un lobo con forma de hombre (o viceversa), se siente incapaz de controlar sus instintos animales, poniendo en peligro a las personas que ama.

“El hombre lobo era uno de los pocos personajes clásicos de Universal que quedaban por actualizar —señala el coproductor Scott Stuber (responsable también de la saga de La Momia)—. Para todos los que hemos estado involucrados en el proyecto, suponía un reto enorme encontrar la fórmula perfecta para seducir a las nuevas generaciones. Y creo que lo hemos conseguido acentuando el carácter irracional e incontrolable del monstruo: todos llevamos dentro un hombre lobo que estalla de ira ante ciertos estímulos”.

La idea de producir una nueva versión de El hombre lobo surgió hace tres años. El primer realizador contratado por Universal para hacerse cargo de la misma fue Mark Romanek, un veterano director de videoclips que había trabajado con artistas del calibre de Michael Jackson, Madonna, David Bowie, R.E.M. y Red Hot Chili Peppers. Unos meses antes de iniciarse el rodaje, Romanek se apartó (o fue apartado) del proyecto y dejó vacía la silla de director, que acabó siendo ocupada por Joe Johnston.

Johnston, un texano de sesenta años, comenzó a trabajar en el mundo del cine a finales de los setenta, ejerciendo labores de técnico en efectos especiales. En su curriculum figuran títulos como La guerra de las galaxias y En busca del Arca perdida. En 1989, debutó como director con Cariño, he encogido a los niños, que fue seguida por Jumanji (1995) y Jurassic Park III (2001), entre otros éxitos de taquilla. Antes de rodar El hombre lobo, se ocupó de Océanos de fuego (2004), protagonizada por Viggo Mortensen.

“Para mí, ha supuesto un regalo enorme encargarme de El hombre lobo —afirma Johnston—. Se puede decir que es mi personaje terrorífico favorito. De niño, me fascinaban la viejas películas de terror de Universal. Ya sabes, Boris Karloff interpretando al monstruo de Frankenstein y a la Momia, Bela Lugosi encarnando al Conde Drácula... ¡Eran increibles! Pero había algo en el hombre lobo de Lon Chaney, Jr., que me tocaba la fibra sensible. Su tragedia me afectaba más que las otras”.

Con un presupuesto estimado de 85 millones de dólares, El hombre lobo se filmó en los meses de marzo, abril, mayo y junio de 2008, en diversas localizaciones del Reino Unido. El pueblo medieval de Castle Coombe, en Wiltshire, se convirtió en el ficticio Blackmoor, donde transcurre el grueso de la acción. La Chatsworth House, residencia de los duques de Devonshire, se transformó en la mansión de los Talbot. La banda sonora original, inspirada por la partitura del polaco Wojciech Kilar para Drácula de Bram Stoker, es obra de Danny Elfman. Del vestuario se encargó Milena Canonero (Oscar por María Antonieta).

Como es lógico, el apartado de los efectos especiales está especialmente cuidado en este remake. Para transformar a Benicio del Toro en un licántropo fue necesario combinar los talentos del legendario maquillador Rick Baker (que ganó su primer Oscar con Un hombre-lobo americano en Londres) y el supervisor de efectos especial visuales Steve Beggs (Batman Begins). “Hemos mezclado prótesis reales con imágenes generadas por ordenador —señala Johnston—. El resultado final es espectacular. Nunca se habían visto transformaciones como éstas en una gran pantalla”. Aplicarle el maquillaje de monstruo peludo a Del Toro suponía tres horas de trabajo (y una hora más para quitárselo).

No es tan fácil

No es tan fácil

Meryl Streep: un regalo. Bien dirigida y bien arropada, como sale aquí, es, simple y llanamente, eso: un premio a nuestra desprejuiciada cinefagia. Ésa que nos permite disfrutar, sin disimulos generacionales (o de género, subgénero y transgénero) con una comedia romántica como It's Complicated, previsible, olvidable y adorable desde el minuto uno. No, no es complicado. En absoluto. Y también se disfruta mucho con la sinvergonzonería de Alec Baldwin, sobre todo si no lleva ropa. O sea que, la película, y sus circunstancias, bien, casi tanto como Something's Gotta Give, la anterioranterior maravilla doméstica de la guionista y realizadora Nancy Meyers. ¡Qué casas, qué envidia!

Discografía de Serge Gainsbourg (sólo álbumes)

Discografía de Serge Gainsbourg (sólo álbumes)

Otro extracto del largo artículo sobre Gainsbourg que publiqué en la revista Efe Eme en febrero de 1999. 

Se reseñan aquí los lps grabados por Serge Gainsbourg desde 1958 hasta su muerte, en 1991. Algunos han sido remasterizados y editados en formato cd, respetando la portada, las notas de producción y la selección y el orden de las canciones; otros han sido incluidos en recopilaciones, completos o mutilados, acompañados casi siempre por temas inéditos, bandas sonoras, singles, maquetas, grabaciones en directo y otras rarezas. Ninguno ha sido oficialmente editado en España.

Du chant à la une! (Philips, 1958)
Vinilo de formato antiguo: 25 cms. Grabado en mono. Se abre con el clásico "Le poinçonneur des Lilas", puro Boris Vian, y contiene perlas como "Ce mortel ennui" y "Du jazz dans le ravin". Le acompaña Alain Goraguer y su orquesta. Es como si el hermano malo de Jacques Brel decidiese subirse, a las tantas de la madrugada e impecablemente trajeado,  al pequeño escenario de un cabaret clandestino de la Rive Gauche. Disco incluido en la recopilación "Le poinçonneur des Lilas. Vol 1" (Philips, 1989).

Nº 2 (Philips, 1959)
Vinilo de formato antiguo: 25 cms. Grabado en mono. Más de lo mismo, pero con un toque canalla que le añade peligrosidad y exotismo. Impresionantes "Le claqueur de doigts" («Soy el que chasquea los dedos/ delante de los juke-box»), "La nuit d’Octobre" (¡esa trompeta latina!) y "L’anthracite" (con toque arábico). Disco incluido en la recopilación "Le poinçonneur des Lilas. Vol 1" (Philips, 1989).

L’étonnant Serge Gainsbourg (Philips, 1961)
Vinilo de formato antiguo: 25 cms. Grabado en mono. Muy variado. Tradición ("La chanson de Prévert"), experimentación ("En relisant ta lettre") y provocación ("Le rock de Nerval"). Incluido en la recopilación "La Javanaise. Vol 2" (Philips, 1989).

Nº 4 (Philips, 1962)
Vinilo de formato antiguo: 25 cms. Grabado en mono. Ambiente cargado. Canciones para noctámbulos canallas ("Black trombone", "Intoxicated Man", "Quand tu t’y mets") y bossa nova snob ("Baudelaire", "Les cigarrillos", "Ce grand méchant vous"). Incluido en la recopilación "La Javanaise. Vol 2" (Philips, 1989)

Gainsbourg Confidentiel (Philips, 1963)
Un unplugged jazzístico. Sólo tocan Elek Bacsik (guitarra) y Michel Gaudry (contrabajo). R’n’roll básico ("Chez les yé-yé"), slow melancólico ("La saison des pluies") y sopa de letras experimental ("Elaedanla Teïteïa"). Incluido en la recopilación "Couleur Café. Vol 3" (Philips, 1989).

Gainsbourg Percussions (Philips, 1964)
¡Fiesta afrolatina! Para bailar con el traje puesto. Estupendos arreglos de Goraguer y su orquesta: tambores africanos, coros negroides, ruidos, trompetas, samba, onomatopeyas y jazz suave. "Couleur café" (cimbreante), "Joanna" (tribal), "Ces petits riens" (bossa existencial: «Mejor pensar en nada/ que no pensar en absoluto/ Nada es ya nada/ es ya demasiado/ Uno no recuerda nada/ y puesto que olvidamos todo/ nada es bastante mejor nada/ es bastante mejor/ que todo»). Incluido en la recopilación "Couleur Café. Vol 3" (Philips, 1989).

Initials B.B. (Philips, 1968)
Primer álbum inglés, con arreglos de Arthur Greenslade y David Whitaker. Un disco inspirado por y dedicado a la actriz y sex-symbol Brigitte Bardot. Pop yeyé ideal para menearse en una boîte de moda. "Ford Mustang", "Comic Strip", "Initials B.B.", "Docteur Jekyll et Mister Hyde" y "Bonnie and Clyde" forman ya parte de la historia del pop mundial. Incluido en la recopilación "Initials B.B. Vol 4" (Philips, 1989).

Jane Birkin-Serge Gainsbourg (Fontana, 1969)
El disco del escándalo. Pop con ínfulas orquestales. Rock snob. Banda sonora sexy. Celebración del enamoramiento de sus intérpretes. Contiene la emblemática "Je t’aime... moi non plus", junto a canciones improvisadas sobre la marcha (la deliciosa "69 année érotique") y nuevas versiones de encargos diversos ("Manon", "Les sucettes", "Sous le Soleil exactement", "Elisa"). Las que canta él están incluidas en la recopilación "Je t’aime... moi non plus. Vol 5" (Philips, 1989), menos "Manon", que forma parte de "Initials B.B. Vol 4" (Philips, 1989); las que canta ella están incluidas en la recopilación de Jane Birkin "Je t’aime... moi non plus/Di Doo Dah. Vol 1" (Philips, 1992).

Histoire de Melody Nelson (Philips, 1971)
Conceptual e hipersofisticado. Historia de amor entre un cuarentón y una Lolita. Atmósferas erotizantes, masajes en formato de vals, chispas de rock progresivo y pop salvaje. Texto barroco, recitado como una plegaria de amour fou. Jean-Claude Vannier es el arreglista. Existe edición remasterizada en cd. También está incluido en la recopilación "Je t’aime... moi non plus. Vol 5" (Philips, 1989).

Vu de l’extérieur (Philips, 1974)
El colmo del cinismo sentimental, la pose machista y la autoironía lúcida. Letras que juegan consigo mismas y onomatopeyas escatológicas. Filigrana a tempo medio con tropezones. "Je suis venu te dire que je m’en vais": «He venido a decirte que me voy/ y tus lágrimas no podrán cambiar nada». Existe edición remasterizada en cd. También está incluido en la recopilación "Je suis venu te dire que je m’en vais. Vol 6" (Philips, 1989).

Rock Around The Bunker (Philips, 1975)
Rock’n’roll descarado y básico, con letras a punto de hacerse añicos. Una burla cruel de la ética y estética nazis: "Nazi Rock", "Tata teutonne", "Yellow Star", "SS In Uruguay". Existe edición remasterizada en cd. También está incluido en la recopilación "Je suis venu te dire que je m’en vais. Vol 6" (Philips, 1989).

L’homme à la tête de chou (Philips, 1976)
La historia de otro pobre idiota que pierde la cabeza por una mujer fatal, contada en 12 cortes. Disco conceptual y progresivo, con arreglos de Alan Hawkshaw. La obsesiva "Variations sur Marilou" dura 7:36. La delicada "Marilou sous la neige" funcionó muy bien como single. Textos virtuosos. Existe edición remasterizada en cd. También está incluido en la recopilación "L’homme à la tête de chou. Vol 7" (Philips, 1989).

Aux Armes Et Caetera (Philips, 1979)
Sube la temperatura. Disco grabado en Jamaica con los músicos de Peter Tosh y Bob Marley. Puro reggae adaptado a las necesidades de Gainsbourg. Letras juguetonas ("Vieille canaille") y virgueras ("Lola Rastaquouère"). Y una sorpresa: "La Marsellesa" pasada por la minipimer reggae. Existe edición remasterizada en cd. También está incluido en la recopilación "Aux Armes Et Caetera. Vol 8" (Philips, 1989).

Enregistrement public au Théatre Le Palace (Philips, 1980)
Grabado en directo. Gainsbourg se trae a la banda de "Aux Armes Et Caetera" y la arma. Curiosa versión de "Harley Davidson". Existe edición remasterizada en cd.

Mauvaises nouvelles des étoiles (Philips, 1981)
Título copiado de un dibujo de Paul Klee perteneciente a Gainsbourg. A pesar de estar grabado en Las Bahamas y contener una sobredósis de reggae mareante, los textos forman una especie de autorretrato cruel tras su ruptura con Jane B: "Overseas Telegram", "Ecce Homo", "Juif et Dieu", "Strike". Entre la bravuconería alcohólica y el lamento suicida. Existe edición remasterizada en cd.

Love On The Beat (Philips, 1984)
El disco más vendido de su carrera. Grabado en Nueva York con músicos de funk. Bailable, sexual y plagado de anglicismos. Voz susurrante y cascada sobre bases machaconas. Bambou grita en "Love On the Beat": «Ardientes son todos tus orificios/ De los tres que los dioses te han dado/ decido en el menos liso/ soltarlo todo». Provocaciones homoeróticas ("Kiss Me Hardy") e incestuosas ("Lemon Incest", a dúo con su hija Charlotte). Existe edición remasterizada en cd.

Serge Gainsbourg Live (Philips, 1985)
Doble disco grabado en directo que recoge lo mejor de sus multitudinarios conciertos en el Casino de París provocados por el éxito de "Love On the Beat". Versiones de hormigón armado de temas clásicos y recientes: "Bonnie and Clyde", "Love On The Beat", "Marilou sous la neige" y la delirante "Harley David Son of a Bitch". Existe edición remasterizada en cd.

You’re Under Arrest (Philips, 1987)
Más funk de diseño para lucimiento de la estrella mediática Gainsbourg (de profesión: sus telescándalos). Contiene un hipnótico alegato anti-droga dura ("Aux enfants de la chance") y una versión disco gay de un clásico gabacho ("Mon légionaire"). Existe edición remasterizada en cd.

Le Zénith de Gainsbourg (Philips, 1988)
Doble disco grabado en directo durante una gira triunfal en la que Gainsbourg llegó incluso a presumir de hijo, al mejor estilo Pantoja. Existe edición remasterizada en cd.

Tiana y el sapo

Tiana y el sapo

Ayer, viernes 5 de febrero de 2010, publiqué este texto informativo sobre The Princess and the Frog, en el suplemento Metrópoli del diario El Mundo. Me reí mucho viéndola en la mejor de las compañías.

Con su nueva producción, Tiana y el sapo, Disney recupera el espíritu, las formas, la música y el sentido del humor del mejor cine animado de los años noventa. Y lo hace prescindiendo de andamiajes y oropeles digitales en 3 dimensiones, echando mano de técnicas y fórmulas tradicionales convenientemente puestas al día. A los mandos de todo el proyecto encontramos a los guionistas y realizadores Ron Clemens y John Musker, responsables creativos de clásicos modernos del género como La Sirenita y Aladdin. De la banda sonora se encarga Randy Newman, compositor habitual de las películas de Pixar, quien, en esta ocasión, cuenta con la colaboración del letrista Glenn Slater, famoso por su trabajo en La Sirenita junto al músico Alan Menkes.

La música ocupa un lugar muy destacado en Tiana y el sapo. No sólo por estar el film ambientado en Nueva Orleans, en la década de los locos años veinte, en plena efervescencia del jazz y los ritmos bailables, sino por la docena de números musicales que se incluyen en el metraje, interpretados todos ellos por los propios protagonistas de la historia, sean éstos humanos o no. El resultado final de la propuesta se acerca mucho al estilo y la estética popularizadas en el siglo XX por los célebres espectáculos de Broadway, sólo que añadiéndole a la receta una buena dósis de comicidad disparatada.

La sufrida protagonista de Tiana y el sapo es Tiana (doblada en inglés por Anika Noni Rose, vista en Dreamgirls), una joven afroamericana de familia humilde que trabaja sin descanso para poder hacer realidad su sueño (y el de su fallecido padre): regentar un restaurante chic. La madre de Tiana se llama Eudora (Oprah Winfrey) y se gana la vida cosiendo para familias ricas. Una de estas familias es la de los La Bouff. Precisamente, una de las mejores amigas de Tiana es Charlotte (Jennifer Cody), la hija del señor La Bouff (John Goodman). Charlotte es una típica flapper girl de los años del Charleston: una jovencita alocada y caprichosa, siempre vestida a la última moda, que sueña con casarse con un príncipe.

El príncipe de esta historia procede de un país europeo ficticio, Maldonia, y responde al exótico nombre de Naveem (Bruno Campos). Sus tres principales pasiones son el jazz, la juerga y las mujeres. Lógicamente, nada más poner un pie en Nueva Orleans, Naveem se mete en líos y acaba transformado en un sapo por culpa de las malas artes de un brujo experto en vudú, el Doctor Facilier (Keith David), que es algo así como el hijo que hubiesen podido tener el Capitán Garfio y Cruella De Vil.

El príncipe sapo Naveem le pide a Tiana que le dé un beso en la boca para anular el hechizo de Facilier, pero las cosas no salen como estaban previstas y la joven también se convierte en rana. Entran entonces en escena tres personajes secundarios descacharrantes: el cocodrilo Louis, que toca la trompeta como Louis Armstrong; la luciérnaga de los pantanos Ray, que está enamorado de una estrella, y la sacerdotisa vudú Mama Odie, que no ve tres en un burro.

El guión de Tiana y el sapo se basa en el libro La princesa rana, de E.D. Baker, que a su vez era una versión en clave femenina de una fábula tradicional popularizada por los hermanos Grimm en el siglo XIX. “Nuestra protagonista es una mujer independiente que mira hacia el futuro ​—señala el correalizador Ron Clemens—. Tiene las ideas claras. Sabe lo duro que es ganar dinero trabajando día y noche. No sueña con príncipes azules ni hadas con varita mágica. Es una mujer moderna. Una pionera, valiente y decidida. No es la típica chica guapa y desvalida de los cuentos”.

La única vez que Tiana se permite soñar despierta es cuando canta la canción Almost There y se imagina cómo será su restaurante, en una de las secuencias más brillantes del film, inspirada por el diseño gráfico de los carteles publicitarios de los años veinte. Otro momento impactante es el número musical fantasmagórico del Doctor Facilier, que recuerda un poco al del Hombre del Saco de Pesadilla antes de Navidad.

“Hemos disfrutado mucho recreando el Nueva Orleans de la época dorada del jazz —afirma el correalizador John Musker—. Recopilamos centenares de fotos de aquellos años. Todo lo que sale en la película está basado en la realidad: las casas, la ropa, los muebles, los coches de caballos, los barcos de vapor... y la cabalgata del Mardi Gras”.

Gainsbourg Superstar

Gainsbourg Superstar

A la espera de poder ver Gainsbourg (Vie Héroïque), de Joann Sfar, recupero la parte central de un articulazo (por lo extenso) sobre la vida y obra de Serge Gainsbourg, que publiqué en la revista Efe Eme, allá por febrero de 1999. Me he acordado de él, del texto y del músico, leyendo esta excelente reseña del disco Histoire de Melody Nelson, firmada por Luis Lapuente (gracias por piropearme y citarme).

"Je t’aime... moi non plus". "Te quiero... yo tampoco". En esta aparente contradicción que da título a una de las canciones-clave de este siglo se cifra toda la existencia de Serge Gainsbourg (1928-1991), posiblemente el artista francés más importante de la historia de la música moderna. Tratar de marcarlo con una sola etiqueta es imposible. Camaleónico, mentiroso e iconoclasta, se adapta a casi todas las definiciones.

Asustadizo niño judío portador de la estrella amarilla del nazismo y adolescente feo desvirgado por una puta. Devorador de cómics y admirador de Baudelaire, Rimbaud y Huysmans. Pintor frustrado que rompe sus telas y músico de cabaret envenenado por el rock y el jazz. Falso chansonier vendido al mejor postor y seductor de cover-girls bajo sospecha. Pygmalión de Lolitas y canalla de diseño. Actor de serie B y cineasta underground. Fumador compulsivo y borracho vergonzante. Provocador nato y cínico calculador. Intelectual para minorías selectas y payaso de las revistas del corazón. Bisexual a la moda y viejo verde démodé. Cantante melódico y susurrador de obscenidades al oido. Delincuente y padrazo. Hay quien opina que su leyenda le viene grande. Otros, no dejan de escarbar en su mierda tratando de alimentarse de las sobras.

Músico extremadamente intuitivo y letrista insuperable, es autor de una obra monumental que rompe moldes y se adelanta a su tiempo. En sus manos, la chanson francesa se empapa de jazz y ritmos afrolatinos, el pop para quinceañeros descubre los placeres del sexo, la psicodelia se viste con ropa de diseño, el rock progresivo se hermana con las flores del mal de la literatura, la música clásica baja de su pedestal, el reggae irrumpe en las discotecas y el funk se convierte en cómplice de un experimentalismo lingüístico cercano al rap.

Parásito de sí mismo, siempre supo mutar a tiempo simulando estar a contracorriente: se cambió el nombre, aceptó encargos, mimó su producción personal, jugó al malditismo de salón, radicalizó sus posturas estéticas, se construyó un clon perverso y, al final, se redimió públicamente recibiendo todos los honores. Seguir su trayectoria es como subirse a una montaña rusa: ascenso lento, espectación en la cumbre, explosión de adrenalina, curvas peligrosas, bache de la risa, loop espectacular y muerte súbita. Compren sus tickets.

«Ser judío no tiene nada que ver con una religión: ninguna religión hace crecer la nariz de esta manera». Gainsbourg

1928-1953: LA ESTRELLA AMARILLA. Lucien Ginzburg, luego Serge Gainsbourg, nace el 2 de abril de 1928, en París, acompañado por una hermana gemela: Jacqueline. Sus padres son de origen ruso, judíos, humildes. Huyen de la Revolución Bolchevique. La madre, Oletcha, ha estado a punto de abortar. El padre, Joseph, músico de formación clásica, se gana la vida tocando en clubs nocturnos.

El pequeño Lucien, un niño tímido con orejas de soplillo, se porta bien en el colegio, pero crece amedrentado por su condición de apestado político, bajo la Ocupación nazi, con la obligatoria estrella de seis puntas de color amarillo prendida de la ropa. En casa escucha a Bach, Stravinski, Chopin... y también a Gershwing y Porter. Lee tebeos y aprende a tocar el piano y la guitarra. A los 13 años, comienza a fumar y se hace adicto a la nicotina. Dos décadas más tarde, llegará a consumir 7 cajetillas de Gitanes al día.

Tras la Liberación, comienza sus estudios de Bellas Artes y Arquitectura. Los abandona pronto. Quiere ser pintor. Adolescente acomplejado por su físico, pasa las noches entre putas y bohemios. Durante una breve temporada, cuida el apartamento parisino de Dalí. Utiliza su dormitorio para tirarse a sus amiguitas mientras admira originales de Picasso, Miró y compañía. En 1948, cumple el Servicio Militar. Lo que más le gusta es disparar con la ametralladora. Una vez licenciado, no tiene más remedio que buscarse la vida, retocando fotos, dando clases de dibujo a niños, coloreando carteleras de cine y actuando en garitos de mala muerte. Sus cuadros pasan de lo figurativo a lo surrealista, de lo surrealista a lo dadaísta, de lo dadaísta otra vez a lo figurativo. No parece tenerlo muy claro.

«Soy el revisor del metro de Lilas/ El tipo con el que uno se cruza sin mirar/ No hay sol bajo tierra/... / Hago agujeros, agujeritos, siempre agujeritos/ agujeritos, agujeritos, siempre agujeritos/ Agujeros de segunda clase/ Agujeros de primera clase/ Hago agujeros, agujeritos, más agujeritos/ agujeritos, agujeritos, siempre agujeritos». "Le poinçonneur des Lilas"

1954-1959: TÓCALA OTRA VEZ, SERGE. Presionado por su padre y agobiado por una crisis pictórica que no tiene solución, empieza a tomarse más en serio su carrera musical. En 1954, registra sus primeras canciones con el pseudónimo de Julien Grix. Poco a poco, va familiarizándose con las nuevas tendencias: el jazz y el rock. Enseguida se convierte en fan fatal de gente como Art Tatum, Thelonius Monk, Dizzy Gillespie, Art Blakey, Charlie Parker, Django Reinhardt y Billie Holiday. Tampoco le son ajenas las salvajadas de Screamin’ Jay Hawkins y Johnny Ray.

Después de animar las noches del Madame Arthur, un cabaret de travestis, consigue ser contratado como pianista en el Milord l’Arsouille. Allí tiene la ocasión de acompañar a Michèle Arnaud y quedarse literalmente alucinado con Boris Vian. El descaro del escritor-cantante le anima a probar suerte como solista. Los textos agresivos y la actitud displicente que ofrece sobre el escenario un Lucien Ginzburg convertido ya en Serge Gainsbourg, empiezan pronto a llamar la atención.

En 1958, al mismo tiempo que rompe todos sus cuadros y tira a la basura sus pinceles, graba su primer disco de larga duración: "Du chant à la une!" A pesar de los críticos que le echan en cara un sentido del humor demasiado cruel, sobre todo en relación a las mujeres, el álbum obtiene el beneplácito de Vian y de otros muchos artistas relevantes. Una de sus canciones, "Le poinçonneur des Lilas", se convierte en un hit gracias a la versión que de ella hacen les Frères Jacques.

Al año siguiente, después de recibir el Premio de la Academia Charles Cros, graba un segundo lp muy similar al primero, "Nº 2", con una portada-homenaje a Vian (quien, por cierto, moriría a las pocas semanas) en la que Serge aparece empuñando una pistola y un ramo de rosas. Muchas estrellas de la canción comienzan a diputarse sus favores como compositor rebelde, momento que éste aprovecha para meter la nariz en el cine.

«El esnobismo es una burbuja de champán que duda entre el eructo y el pedo». Gainsbourg

1960-1964: SOY SNOB. Distante y descreído, Gainsbourg fracasa como solista en salas de concierto, al mismo tiempo que sus canciones llegan al gran público a través de bandas sonoras (vende 100.000 ejemplares de "L’eau à la bouche") y singles interpretados por Juliette Gréco, Pia Colombo, Michèle Arnaud, Philippe Clay, Jean-Claude Pascal o la mismísima Brigitte Bardot ("Bubble Gum").

El tercer álbum de su carrera, "L’étonnant Serge Gainsbourg" (1961), combina la exquisitez de unos textos inspirados por Nerval, Hugo, Arvers y Prévert, con melodías modernas, sincopadas y jazzísticas. No se vende mucho, pero uno de sus temas, "La chanson de Prévert", evocación nostálgica del clásico "Les feuilles mortes", entra inmediatamente a formar parte del repertorio habitual de muchas primeras figuras (Isabelle Aubret, Cora Vaucaire, Gloria Lasso).

Gracias a su careto de traidor viciosillo, es contratado para trabajar como villano en tres películas de romanos. A la vez, en 1962, saca a la venta su cuarto disco, más pedante aún si cabe que los anteriores, con arreglos inquietantes ("Les goemons"), inyecciones de bossa nova excéntrica ("Baudelaire") e impecables sintonías para nightclubs clandestinos ("Black trombonne"). De esta época datan también tres canciones suyas que forman parte de la memoria colectiva de muchos afrancesados: "La Javanaise" y "L’accordéon", compuestas ambas para lucimiento personal de Juliette Gréco, y "L’appareil à sous", un twist con violines escrito a la(s) medida(s) de Brigitte Bardot.

Empeñado en cavar su propia tumba como crooner minoritario, Gainsbourg publica en 1964 su quinto trabajo a 33 r.p.m, "Gainsbourg confidentiel", haciéndose acompañar exclusivamente por un contrabajista y un guitarrista de jazz. El experimento no da buenos resultados y es seguido casi de inmediato por un sexto álbum, el fabuloso "Gainsbourg percussions", que se adelanta al menos diez años a la moda de los ritmos afrolatinos.

«Si haces como el café/ que siempre está poniéndome nervioso/ poniéndome cachondo/ esta noche seguro que la pasamos en blanco». "Couleur café"


«Le dí la vuelta a mi chaqueta cuando descubrí que el forro era de visón». Gainsbourg

«A Annie le gustan las piruletas/ las piruletas de anís/ Las piruletas de anís/ de Annie/ dan a sus besos/ un sabor anisado/ Cuando el azúcar/ perfumado con anís/ se desliza por la garganta de Annie/ ella se siente en el Paraíso». "Les sucettes"

«No necesito a nadie/ en una Harley Davidson/ No reconozco a nadie/ en una Harley Davidson/ Voy a más de cien/ y me siento llena de fuego y sangre/ ¡Qué me importa morir/ en una Harley Davidson!». "Harley Davidson"

1965-1968: POP ART. Cumplido el capricho de aunar genuino exotismo de importación y juegos de palabras de vanguardia con canciones como "Couleur café", "Joanna" y "New York USA", pertenecientes a "Gainsbourg percussions", Serge les da la espalda definitivamente a la Rive Gauche y a sus garitos existencialistas, aceptando uno tras otro diversos encargos comerciales. Para la quinceañera France Gall, escribe textos de apariencia naif y contenido morboso, como "Les sucettes" (un himno a las mamadas), "N’écoute pas les idoles" (un alegato anti fans), "Laisse tomber les filles" (un mensaje cifrado para maricas) y el Primer Premio del Festival de Eurovision ’65: "Poupée de cire, poupée de son" (una descripción descarnada de la manipulación de los artistas).

Irónico y a la última, Serge coquetea abiertamente con el pop y las listas de éxitos. Conoce a Nico, Marianne Faithful, Petula Clark, Françoise Hardy, Mireille Darc, Dalida, Régine, Claude François, Sacha Distel y Anna Karina, la musa de Godard. Con ésta última y con el actor Jean-Claude Brialy, graba "Anna": una comedia musical para televisión dirigida por Pierre Koralnik (se emite el 7 de enero de 1967). Las melodías sensuales y retorcidas de Gainsbourg y las orquestaciones sofisticadas de Michel Colombier se aderezan con estallidos de pop-rock eléctrico.

Obsesionado por Brigitte Bardot y el sonido del efervescente swinging London, se pone en manos de los arreglistas Arthur Greenslade y David Whitaker para que le retoquen "Comic Strip", "Bonnie and Clyde", "Harley Davidson", "Qui est in qui est out", "Docteur Jekyll et Mister Hyde" y otras maravillas por el estilo, recogidas en los discos "Brigitte Bardot et Serge Gainsbourg" e "Initials B.B.", ambos de 1968. Un poco antes, en el programa televisivo de fin de año de 1967, Bardot y él escenifican algunas de estas canciones: ella va disfrazada de superheroina de tebeo al estilo Barbarella. En esta época, ambos mantienen una relación seximental algo tormentosa (al menos, para él).

«Hasta los muslos/ lleva botas/ que son como cálices/ de su belleza/ No lleva más/ que un poco/ de esencia de Guerlain/ en el cabello». "Initials B.B."

«Ven, pequeña, a mi comic-strip/ Ven a soltar bocadillos de texto/ Ven a hacer WIP!/ CLIP! CRAP! BANG! VLOP! y ZIP!». "Comic Strip"

«Hasta 9 es OK y estás IN/ Después estás KO y estás OUT/ Es lo mismo/ que el boxeo/ el cine la moda y el cash-box». "Qui est in qui est out"


«—Te quiero, te quiero/ Oh sí, te quiero/ —Yo tampoco/ —Oh, mi amor.../ —El amor físico no tiene salida». "Je t’aime... moi non plus"

1969: JANE B Y EL AMOR. La primera versión de la plegaria sexual "Je t’aime... moi non plus", interpretada a dúo por Brigitte y Serge, se graba a finales de octubre de 1967, con arreglos litúrgicos de Colombier. El resultado final es tan escandaloso, que el entonces marido de la actriz, Gunter Sachs, prohibe su publicación (saldrá finalmente en 1986).

Inmerso en una espiral de películas, alcohol y mujeres, Gainsbourg conoce en mayo del ’68 a su futuro motorcito, Jane Birkin, rodando "Slogan". Al principio no se caen bien, pero luego la química es perfecta. Inglesa de buena familia, recién separada del músico John Barry (compositor del tema principal de las películas de James Bond), larguirucha y minifaldera, Jane acaba de intervenir en "El Knack... y cómo conseguirlo" (1965), de Lester, y "Blow-up, deseo de una mañana de verano" (1966), de Antonioni, y se dispone a iniciar una exitosa carrera como actriz y cantante en Francia.

El primer paso es la regrabación del "Je t’aime...", al lado de Serge, esta vez en unos estudios londinenses y con el toque in de Greenslade. Después de escuchar el master, los jefazos de Phonogram-Philips encargan a la pareja un álbum entero, para tratar de disimular el altísimo contenido erótico de la canción. "Jane Birkin-Serge Gainsbourg", que contiene joyas como "L’anamour", "69 année érotique" y "Manon", se publica en 1969, precedido por el single "Je t’aime... moi non plus" (publicado en el sello fantasma Disc AZ), que inmediatamente provoca una feroz polémica a nivel mundial. Censurado en diversos países (entre ellos, España), alcanza cifras de venta escalofriantes y convierte a sus co-intérpretes en un símbolos de la liberación sexual.

«—Date la vuelta/ —No/ —Contra mi/ —No, así no/ —... y baila/ la Decadanza». "La Décadanse"

«Características:/ ojos azules, cabello castaño/ Jane B/ inglesa de sexo femenino/ edad, entre 20 y 21/ estudia dibujo/ domiciliada en casa de sus padres» "Jane B"

«Oh, mi Melody/ mi Melody Nelson/ Gentil pequeña cabrona/ Eras la condición/ sine qua non/ de mi cordura» "Ballade de Melody Nelson"


1970-1974: HOTEL PARTICULAR. Serge y Jane se instalan en un chalecito de la rue Verneuil, cerca del Sena, en París. Durante más de una década formarán la pareja perfecta, grabando discos e interpretando papeles en películas, juntos y por separado.

En 1971, además de nacer la hija de ambos, Charlotte, sale a la venta "Histoire de Mélody Nelson", un álbum conceptual que marca un giro radical en la evolución musical de Gainsbourg. Pensado como una especie de poema con banda sonora incorporada, narra el encuentro entre un cuarentón de vuelta de todo y una Lolita traviesa. Después de pasar una noche de amor en un hotelito particular, la chica muere en un accidente de aviación y el tío se queda colgado para siempre. Es un disco sutil, sensual y arriesgado, escrito con mimo y mano izquierda, con unos arreglos musicales de Jean-Claude Vannier que rozan lo metafísico, y dedicado en cuerpo y alma a Jane Birkin, Jane B, alter ego apenas disimulado de Mélody. No es un éxito de ventas, pero lleva dentro la esencia de las obras de culto imperecedero.

Como remake de serie B de "Je t’aime...", se edita en 1972 el single "La Décadanse": choque erótico-festivo entre Serge y Jane, resuelto esta vez por la puerta de atrás.

En mayo del ’73, Gainsbourg sufre un infarto que a punto está de mandarle al otro barrio. Le pilla justo en medio de la grabación de un nuevo disco, "Vu de l’extérieur", intimista ("Je suis venu te dire que je m’en vais") y escatológico ("Des vents des pets des poums") a partes iguales. Le precede por unas cuantas semanas "Di Doo Dah", debut en solitario de Jane B, plagado de refrescantes miniaturas ("Banana Boat", "Kawasaki", "Help camioneur").

«Ex-fan de los sixties/ ¿dónde están tus años locos?/ desaparecidos Brian Jones/ Jim Morrison/ Eddy Cochran Buddy/ Holly/ Idem Jimi Hendrix/ Otis Reading/ Janis Joplin T-Rex/ Elvis». "Ex-Fan des Sixties"

«Dejo de fumar... cada 5 minutos». S.Gainsbourg

«Soy el hombre de la cabeza de coliflor/ Medio vegetal, medio tío». "L’homme à la tête de chou"


1975-1979: NAZI, CULO, PEDO, PIS. A medio afeitar, despeinado, con los pantalones vaqueros gastados y el cigarrillo eternamente encendido en la comisura de los labios, un Gainsbourg de 37 años decide darle un buen repaso a la historia oficial, resucitando a los fantoches más crueles del pasado para invitarles a un orgía de rock crudo con tacón de aguja. "Rock Around the Bunker", su álbum del ’75, ironiza sobre los nazis y su parafernalia, sobre los judíos y su lugar en el no-mundo, y sobre el propio Serge, que está a punto de metamorfosearse en enemigo público número uno. A muchos no les hace gracia la jugada; otros, se congratulan de su calculada mala intención.

Para resarcirse, pone a bailar a media Europa con el single "L’ami caouette", broma antillana y pegajosa; escribe la mitad del nuevo disco de Jane, "Lolita Go Home", y al año siguiente, estrena su primer largo como director, "Je t’aime... moi non plus", protagonizado por un camionero gay (Joe Dallesandro) y una adolescente andrógina (Birkin). A François Truffaut le hace gracia. A los demás, bastante menos.

Instigado por el alcohol y una escultura de su propiedad , compone otra obra maestra conceptual, "L’homme à la tête de chou" (1976): la historia tragicómica de un perdedor nato que se enamora de una sensual peluquera, Marilou, y acaba asesinándola en un ataque de cuernos. Incluye un reggae burlón ("Marilou reggae") y 30 minutos de obsesión sexual en estado puro, resueltos con manierismos de rock sinfónico y efectos especiales cinematográficos.

Lanzado a toda velocidad, en 1977 encadena bandas sonoras ("Madame Claude", "Adios Emmanuelle") con un lp para Alain Chamfort ("Rock’N’Rose") y otro para Zizi Jeanmaire ("Bobino"). Al año siguiente, compone la canción del verano ("Sea Sex and Sun") y el segundo disco de Jane Birkin ("Ex-Fan des Sixties"). En el ’79, se sube al escenario con el grupo Bijou y repite con Chamfort ("Poses"), antes de cagarse en la madre que parió a la República Francesa con "Aux Armes Et Caetera".

«Existen dolores cercanos al clímax, cercanos al orgasmo, de lo fulgurantes que son». Gainsbourg

«Amor desgraciadamente no tiene más que una M/ Un fallo de tecla y uno escribe odio (haine) en vez de amo (aime)». "Haine pour aime"

«He pasado a limpio mis ideas sucias/ .../ El amor no necesita iniciales/ sólo necesita iniciados» "Mes idées sales"

«La estupidez es el recreo de la inteligencia». Gainsbourg


«Siempre he hecho como si llevase puesta una máscara que no me puedo quitar. En realidad, creo que si me la quitasen, encontrarían debajo los mismos rasgos». Gainsbourg

1979-1983: RIEN NE VA PLUS. El disco, grabado en Kingston, Jamaica, con parte de la banda de Peter Tosh y las coristas de Bob Marley (incluida su mujer, Rita), contiene una explosiva versión del himno nacional francés, "La Marsellesa", transformado aquí en "Aux Armes Et Caetera". La letra patriotera y sanguinaria de Rouget de Lisle suena a parodia irreverente en boca de Gainsbourg, mecido por el vaivén constante de la apisonadora reggae que le acompaña. Intelectuales de derecha, ex-combatientes y simpatizantes del Viejo Régimen exigen la cabeza del traidor. Durante la gira que sigue a la salida del álbum se multiplican las protestas y las amenazas. En Strasbourg, frente a un numeroso grupo de paracas dispuestos a lincharle, Serge interpreta la canción en el mismo borde del escenario, a capella y con el puño en alto. Años más tarde, se dejaría fotografiar junto a un grupo de militares durante las festividades del 14 de julio, para reconciliarse por aquel gesto de bravuconería. "Aux Armes..." llega a ser Disco de Platino.

Justo cuando todo parece ir sobre ruedas, se rompe su relación con Jane. Sumido en una depresión agresiva que le transforma en el negativo de sí mismo (se hace llamar "Gainsbarre" en vez de Gainsbourg: algo así como "Gainsbourg desbarra" o "Gainsbourg se las pira"), publica una novela corta sobre un pintor que se tira pedos ("Evguénie Sokolov") y participa en la película "Je vous aime", que se estrena en 1980. Su compañera de reparto es Catherine Deneuve. Juntos, graban dos canciones, "Ces petits riens" y "Dieu fumeur de havanes", que se transforman un año después en todo un lp, "Souviens-toi de m’oublier".

El estado de ánimo de Serge, audestructivo, sarcástico y exhibicionista, se plasma en un nuevo disco de reggae machacón, "Mauvaises nouvelles des étoiles" (1981), con pinceladas autobiográficas que dan miedo. En noviembre, concede una entrevista al diario Libération simulando haber muerto «de una sobredósis de plomo después de la 3ª Guerra Mundial» (sic).

«Cuando Gainsbourg se larga (barre), Gainsbarre se mama (bourre)». Gainsbourg

«Yo soy más bien un paraquecoñista que un nihilista, lo que resulta más sutil, porque al final del nihilismo siempre hay una pistola». Gainsbourg

«De un cuadro de Francis Bacon/ he salido/ para hacer el amor con otro hombre». "Kiss Me Hardy"

«¿Si follo? Afirmativo/ ¿Que dé nombres? No comment/ ¿Guarrillas? Afirmativo/ ¿Actrices? No comment/ ¿Jovencitas? Afirmativo/ ¿De qué edad? No comment». "No Comment"


«El amor que nunca haremos juntos/ es el más bello el más violento/ el más puro el más embriagador/ Exquisito esbozo» "Lemon Incest"

«Suck Baby Suck/ with the CD of Chuck/ Berry Chuck». "Suck Baby Suck"

«La amistad es infollable, y eso es lo que más me jode». Gainsbourg

«Me gustaría morir en play-back». Gainsbourg


1982-1987: VIEJO CANALLA. Se empareja sentimentalmente con la modelo Caroline Von Paulus, medio china y medio yonqui, a la que transforma en la fantasía oriental Bambou. Su discografía paralela crece y se multiplica: Chamfort ("Amour année zéro"), Bashung ("Play blessures"), Isabelle Adjani ("Isabelle Adjani")... y, de nuevo, Jane Birkin: "Baby Alone In Babylone" (1983) está cargado de reflexiones sobre el fin del amor, el abandono, el dolor y sus consecuencias; asuntos sobre los que Gainsbourg no se atreve a cantar en primera persona.

En vez de seguir lamentándose, rueda otro largo, "Equateur", y varios spots televisivos (Palmolive, limonada Gini). Luego, se larga a Nueva York y se mete un chute de funk eléctrico en vena. En la portada de "Love On the Beat" (1984), resultado vinílico del desfase, aparece maquillado como un travestón. Dentro, los textos juegan a la ambigüedad sexual. Su hija Charlotte interpreta con él "Lemon Incest", una versión perniciosa de Chopin.

Las ventas sobrepasan todas las espectativas. Serge aparece un día sí y otro también en programas de televisión, pisando a fondo el pedal de la provocación. Ante las cámaras, confiesa sus experiencias homosexuales (o se las inventa), quema un billete de 500 francos (auténtico) y acosa sexualmente a una alucinada Whitney Houston. Al mismo tiempo, llena hasta la bandera el Casino de París varias veces seguidas.

En el ’86, sufre otro infarto y Bambou da a luz a su hijo Lucien. Apremiado por los achaques, se pone a trabajar como un loco: "Charlotte For Ever" (disco para su hija y tercer largo como director, 1986), "Lost Song" (para Jane, 1987) y "You’re Under Arrest" (1987), segunda entrega de sus Increíbles Aventuras Electrofunk en el País de las Palabras Que Cortan Como Cuchillos.

Nueva gira apoteósica y otro susto en el quirófano (le extirpan parte del hígado en 1989). Una canción suya, "Black and White Blues", interpretada por Joëlle Ursull, se clasifica en segundo lugar en el Festival de Eurovisión ’90. Birkin insiste con "Amours des feintes", y Vanessa Paradis, el nuevo sex-symbol gabacho para menoreros, arrasa con "Variations sur le même t’aime", con letras del Maestro.

Todavía le queda tiempo para dirigir una cuarta película, "Stan the Flasher", y recibir un par de condecoraciones oficiales, antes de apagarse súbitamente por culpa de un fallo cardiaco, el sábado 2 de marzo de 1991, a eso de las 18 horas. En la recámara queda un nuevo álbum del que nada se sabe. Y como regalo postmortem: un demoledor remix de "Requiem pour un c...", con la suficiente carga explosiva dentro como para que su onda expansiva llegue al 2001. ¡Poum!

«Escucha los órganos/ tocan para ti/ Es terrible este tema/ Espero que te guste/ Es bastante bonito ¿no?/ Es el réquiem por un gilipollas». "Requiem pour un c..."

«—Dios es un fumador de habanos/ cerca de ti lejos de mí/ Quisiera conservarte toda la vida/ Compréndeme, querida/ —Tú no eres más que un fumador de Gitanes/ y la última la quiero/ ver brillar al fondo de mis ojos/ Ámame, por Dios». "Dieu fumeur de havanes"

«Creo que llevo puntos suspensivos dentro de mí...». Gainsbourg

arriba: serge gainsbourg y jane birkin

La tapadera

La tapadera

Este texto sobre The Front lo publiqué en el diario El Mundo a finales de 2003:

La caza de brujas provocada en la Meca del cine por el senador Joseph MacCarthy y sus compinches durante la década de los 50 puso en la picota a muchos directores, productores, guionistas, técnicos y actores de renombre, a los cuales se les acusó de colaboracionismo con el partido comunista. Fueron centenares los artistas afectados por tan drástica medida. La tapadera, una de las películas más personales de Martin Ritt, trata este tema desde un punto de vista humorístico y contundente. Woody Allen encarna a un pobre diablo que se alquila como hombre de paja a los guionistas de Hollywood que no pueden seguir firmando sus trabajos. Muy pronto, se convierte en una celebridad gracias a su prodigioso y polimórfico talento. Lo malo es que también empieza a levantar sospechas. Tanto el autor del guión original, Walter Bernstein, como el director, Ritt, y el resto de protagonistas, Zero Mostel, Herschel Bernardi, Joshua Shelley y Lloyd Goug, entre otros, sufrieron personalmente la persecución maccarthysta. La verdad duele.

Título: La tapadera (The Front). Director: Martin Ritt. Nacionalidad: Estadounidense. Año de producción: 1976. Género: Comedia de denuncia.

Easy Rider. Buscando mi destino

Easy Rider. Buscando mi destino

Este texto sobre Easy Rider lo publiqué en el diario El Mundo a finales de 2003:

A medio camino entre el himno generacional, el capricho independiente y el experimento improvisado, Easy Rider puso del revés las bases de la industria cinematográfica hollywoodiense de finales de los 60, abriendo el camino a una nueva sensibilidad. Su sorprendente éxito de taquilla llegó acompañado por una encendida polémica ideológica, convirtiendo a sus principales responsables en héroes de la contracultura.

Más cercana al espíritu de los westerns fronterizos de lo que parece a simple vista, la película narra las peripecias de una pareja de motoristas nómadas: el lacónico Wyatt (Peter Fonda) y el mostachudo Billy (Dennis Hopper), quienes, después de cerrar un buen negocio de compraventa de farlopa mexicana, deciden irse a Nueva Orleans a celebrarlo. Por el camino, pernoctan varias veces al calor de una fogata, visitan una comuna y consumen todo tipo de sustancias prohibidas. También comparten experiencias con el loco George (Jack Nicholson), un tipo capaz de alegrarle la vida a un muerto.

Dirigida por el entonces debutante Hopper, y producida en parte con los ahorrillos de Fonda, co-autores ambos igualmente, junto al escritor Terry Southern, del guión, Easy Rider cuenta con una banda sonora espectacular, con temas de Steppenwolf, The Byrds y The Band, entre otros.

Treinta años después de su estreno, todavía provoca unas irrefrenables ganas de lanzarse a la carretera encima de una flamante Harley-Davidson.

Título: Easy Rider. Buscando mi destino (Easy Rider). Director: Dennis Hopper. Nacionalidad: Estadounidense. Año de producción: 1969. Género: Película de carretera.

Feliz Día de la Marmota

Feliz Día de la Marmota

Ojalá estuviésemos ahora en Punxsutawney, celebrándolo con Phil.

El golpe

El golpe

Este texto sobre The Sting lo publiqué en el diario El Mundo en 2003:

Los sinvergüenzas molan, al menos en el cine. Y más si van impecablemente trajeados y se dedican a sacarles los cuartos a otros sinvergüenzas, con estilazo canalla y mano izquierdosa. En El golpe, la sinvergonzonería fina está descrita como una de las Bellas Artes. Sus dos protagonistas, Henry Gondorff y Johnny Hooker, encarnados o más bien poseídos por esa pareja de cómplices interpretativos formada por Robert Redford y Paul Newman, deciden unir sus respectivos talentos como estafadores de serie B para vengarse de un pez gordo del crimen neoyorquino, Doyle Lonnegan (Robert Shaw), que no posee más vicios que el póquer trucado y las apuestas fuertes.

Arropados por un envoltorio revivalista que recrea con chispa la escena gansteril de mediados de los años 30 en Chicago, estos dos buscavidas se las apañan para tejer una red de engaños en la que no sólo caen sus enemigos, sus colaboradores y sus amiguitas, sino que les atrapa a ellos mismos y acaba inmovilizando a todo el mundo en un final sorpresa que pone a prueba el sexto sentido de los espectadores.

Cinco años después de magnetizar las pantallas grandes de medio mundo con ese western amiguetil que se titula Dos hombres y un destino (Butch Cassidy and the Sundance Kid, 1969), sus principales responsables, el director George Roy Hill, y los actores Robert Redford y Paul Newman, volvieron a reunirse para dar, literalmente, otro gran golpe a las taquillas, utilizando como arma de intimidación un argumento plagado de trampas, diálogos envenenados y guiños desmitificadores. En él, David S. Ward mezcló con soltura tópicos heredados del mejor cine negro con pinceladas de crítica social, envolviéndolo todo bajo un manto de comedia inteligente y supeditando el conjunto a caprichosas reglas de suspense cinematográfico.

Los personajes de El golpe, hijos putativos de la Gran Depresión, se mueven impulsados por la necesidad y el revanchismo. Son astutos, calculadores, egoístas, codiciosos y mezquinos. Eso no les impide soñar con tiempos mejores para la lírica delictiva, por así decirlo, derrochando, de paso, simpatía y elegancia. La química que surge del tándem Redford-Newman provoca adicción: uno, abusando de su carita de ángel malo; el otro, disfrutando de cada trago de más mientras barajea sus cartas marcadas. A su alrededor, gente de tanto peso específico como Charles Durning, Ray Walston, Eileen Brennan o Robert Earl Jones consigue imprimir su huella indeleble en una historia coral que mima a todos por igual.

La puesta en escena de Roy Hill, atenta al ir y venir de estos actores radiantes de carisma, se enriquece también con una textura fotográfica de inspiración periodística, obra de Robert Surtees, y una banda sonora de sabor retro que volvió en su día a poner de moda el ragtime.

Fenómeno tendencioso de principios de los 70, El golpe obtuvo siete Oscars de la Academia: entre ellos, los de mejor película, mejor director y mejor guión original. Hoy ya es una película de culto, y no sólo entre los sinvergüenzas.

Título: El golpe (The Sting). Director: George Roy Hill. Nacionalidad: Norteamericana. Año de producción: 1973. Género: Comedia retro con robo sofisticado.

El tercer hombre

El tercer hombre

Este texto lo publiqué en el diario El Mundo, en 2003:

La sombra de Orson Welles es alargada. Muchos han creído percibir su autoría en buena parte de los planos, secuencias, insertos y diálogos más celebrados de El tercer hombre, restándole mérito a la labor de su realizador oficial, el británico Carol Reed. Lo cierto es que el personaje de villano sin escrúpulos que interpreta el director y protagonista de Ciudadano Kane en esta película tiene tanto peso específico que, sutil e irremediablemente, hace escorar de su lado cualquier comentario cinéfilo, por muy desapasionado que éste pretenda ser. El estilo de la puesta en escena de Reed, además, reviste no pocas similitudes con el utilizado por Welles en sus obras personales, añadiendo más leña al fuego alimentado desde hace décadas por los mitómanos peor intencionados. Así se fraguan las leyendas modernas.

De una forma u otra, el misterio que envuelve la fabricación de El tercer hombre le sienta bien al guión firmado por el exespía ilustrado Graham Greene. Su protagonista es un ingenuo escritor de noveluchas del Oeste, Holly Martins (Joseph Cotten), que se desplaza desde los Estados Unidos a la vieja Europa para responder a la propuesta de un viejo amigo que le ofrece trabajo. Nada más llegar a una Viena devastada por la Segunda Guerra Mundial, se entera de que su colega, un tal Harry Lime (Orson Welles), acaba de morir en muy extrañas circunstancias. La historia en sí comienza en el cementerio, primera etapa de una carrera de obstáculos que obliga al bueno de Martins a perder la cabeza por una mujer fatal (Alida Valli) y arriesgar su vida por culpa de un puñado de sospechosos habituales.

La clave secreta de El tercer hombre reside en un muerto que no está muerto y en una atmósfera cargada de simbolismos tenebrosos. La abundancia de planos inclinados y el abuso de iluminaciones contrastadas (el director de fotografía, Robert Krasker, vio recompensado su trabajo con un Oscar) acentúa en todo momento la sensación de opresión en la que está inmersa la derrotada ciudad austríaca, envolviendo al protagonista, además, en una especie de pesadilla expresionista. Otro elemento fundamental para la creación de este ambiente es el tema principal de la banda sonora, compuesto e interpretado a la cítara por Anton Karas, un músico descubierto por Reed en un bar de mala muerte.

Volviendo al gran Orson, no cabe duda de que su aparición por sorpresa en la parte final de la película, seduciendo y repeliendo al personal con su pinta de enfant terrible y su verborrea retorcida, contribuye enormemente a que El tercer hombre forme parte de la historia del género negro con toques paranoicos. Ahí va una de sus frases más contundentes: “En Italia, durante los 30 años en que reinaron los Borgia, hubo guerras, terror, crímenes, sangre, pero también Miguel Ángel, Leonardo y el Renacimiento. En cambio, en Suiza hay amor fraternal desde hace 500 años de democracia y paz. ¿Y qué han inventado? El reloj de cuco, amigo mío, el reloj de cuco”.

Título: El tercer hombre (The Third Man). Director: Carol Reed. Nacionalidad: Inglesa. Año de producción: 1949. Género: Cine negro expresionista.

Tallulah y las escaleras

Tallulah y las escaleras

Dos de las minirreseñas que publico en mi sección Leer de la revista Fotogramas, en su edición de febrero de 2010:

El grupo salvaje de Hollywood. Dioses y monstruos. Parte I (T&B Editores, 578 págs., 35 euros). Una perla incluída en este libro: Tallulah Bankhead confesando “Mi padre me advirtió sobre los hombres y el alcohol, pero nunca dijo nada sobre las mujeres y la cocaína”. Juan Tejero bucea en las zonas oscuras de las biografías extraoficiales de ’Fatty’ Roscoe Arbuckle, John Barrymore, Errol Flynn, Louella Parsons y otros canallas del viejo Hollywood. Profusa y estupendamente ilustrado.

El desafío del cinéfilo (RobinBook Ma Non Troppo, 256 págs., 19,95 euros). Segunda y última parte del libro Ten Bad Dates with De Niro. La primera se publicó en nuestro país con el título de Sólo para cinéfilos. El crítico Richard T. Kelly reúne una amplia nómina de colegas para jugar a las listas ingeniosas. Un ejemplo: en la lista de “Las 10 mejores utilizaciones de peldaños o escaleras” aparecen films como El acorazado Potemkin, Drácula y Perdición.

arriba, tallulah bankhead

Invictus

Invictus

Hoy, viernes 29 de enero de 2010, publico este texto informativo sobre la película Invictus, en el suplemento Metrópoli, del diario El Mundo. 

Invictus no es la biografía cinematográfica oficial de Nelson Mandela. En realidad, sólo cuenta una ínfima parte de esa biografía. Una muy importante, eso sí. La nueva película de Clint Eastwood recrea con fidelidad lo que sucedió en Sudáfrica durante los meses en los que se jugaron los partidos previos y la final de la Copa del Mundo de Rugby de 1995. ¿Que qué tiene que ver el rugby con la política antiapartheid de Mandela? Más de lo que la gente se cree.

En 1995, el rugby era, oficialmente, el deporte nacional de Sudáfrica, aunque sólo fuese seguido y practicado por una minoría: la blanca. La mayoría negra odiaba ese deporte de afrikaners racistas y prefería jugar al fútbol. Mandela aprovechó la celebración de la Copa del Mundo de Rugby para unir en un mismo bando a blancos y negros, utilizando estrategias diplomáticas básicas y mucha, muchísima mano izquierda. En vez de acentuar las diferencias entre los seguidores del rugby y los del fútbol, entre los blancos y los negros, el mandatario sudafricano puso en práctica una especie de campaña de fervor nacional por el rugby, con la complicidad del capitán de la selección, François Pienaar, y el apoyo de sus colaboradores más fieles.

Mandela, que en la película sale encarnado con asombroso realismo por el actor Morgan Freeman, se entrevista personalmente con el carismático François Pienaar, interpretado por Matt Damon (El talento de Mr. Ripley), y consigue contagiarle un sentimiento de superación capaz de derribar montañas. Uno de los trucos que utiliza para embaucar al jugador de rubgy es recitarle un poema del escritor británico William Ernest Henley, fechado en 1875 y titulado Invictus (en latín, ’invencible’). Resulta curioso que Damon, mucho más liviano y bajito que el auténtico Pienaar, logre hacernos creer que es todo un rompehuesos. ¡Este chico nació con los atributos de Ripley!

La selección sudafricana de rugby, más conocida con el apodo de Springboks (antílopes saltarines), se enfrenta a los Canguros de Australia, los Robles de Rumanía, los Azules de Francia, los Grizzlies de Canadá y los Manu de Samoa, antes de toparse en la final del campeonato con los temibles All Blacks de Nueva Zelanda (ésos que bailan un haka antes de machacarte en el campo). El encuentro se celebra en el estadio Ellis Park de Johanesburgo, ante 60.000 espectadores sentados en las gradas y billones de televidentes en todo el mundo.

Morgan Freeman, amigo personal de Mandela, llevaba años tratando de interpretar al líder sudafricano en la pantalla. Compró los derechos cinematográficos del libro El factor humano (Playing the Enemy), escrito por el periodista británico John Carlin, incluso antes de que éste se pusiese a redactar el manuscrito definitivo. Eastwood entró en el proyecto después de leer un guión de Anthony Peckham (Sherlock Holmes), basado en lo que Carlin le contó en su residencia de Sitges (Barcelona), y filmó la película en Sudáfrica, en los mismos lugares en los que sucedieron los hechos en su día, incluyendo la fachada de la residencia personal del propio Mandela.

Eastwood, como es habitual en él, dirige con pulso firme y línea clara, haciendo fácil lo dificil. En sintonía con el carácter ahí-me-las-den-todas del verdadero Mandela, le sale una película amable, educada y tranquilizadora. No se sufre viéndola ni en los momentos dramáticos, que los hay.

The Lovely Bones

The Lovely Bones

¿Cuántos años hacía que Peter Jackson no estrenaba una película normal? Entre quince o veinte, dirán muchos. Sí, ya, lo que pasa es que The Frighteners, de 1996, no era exactamente una película normal. Salía Michael J. Fox interpretando a un Cazafantasmas hiperactivo. Tampoco Heavenly Creatures, que se estrenó dos años antes, ha pasado a la historia por acatar las normas de la cinematografía fotonovelesca para todos los públicos. Al fin y al cabo, la química entre Kate Winslet y Melanie Lynskey era bastante más venenosa que la de la mayoría de parejas no-lésbicas del cine moderno y postmoderno, incluida la formada por Thelma y Louise o las pornostars ojerosas de Fóllame.

The Lovely Bones es algo así como la versión o perversión Nueva Era de Heavenly Creatures. O sea, una tv-movie de autor, extraordinariamente bien empaquetada, que cuenta una historia sin demasiado interés con unas tremendas ganas de gustar al cinéfago bien alimentado. Entre otros pequeños placeres, ofrece media docena de soluciones audiovisuales impactantes: los primeros minutos fantásmales y azulados de la protagonista, por ejemplo, corriendo entre remolinos de niebla y cruzando las calles vacías de un pueblo vacío, o el apasionante y significativo juego de miradas entre el psychokiller y el policía a través de las ventanas de una casa de muñecas.

De los efectos especiales generados por ordenador, de un mal gusto digital tirando a terapéutico, sólo cabe señalar que se parecen mucho a los de What Dreams May Come (1988), del también neozelandés Vincent Ward. Bueno, y no sólo los efectos especiales se parecen a los de esta semiolvidada película sobre la vida después de la muerte: mucho de todo lo demás, tono y mensaje incluidos, es idéntico.

Chéri

Chéri

Hacía tiempo que no disfrutaba tanto contemplando una película. Contemplando, más que viendo. Quizás desde Great Expectations, la versión postmoderna de la novela de Dickens realizada con maniática exquisitez por el mexicano Alfonso Cuarón en 1998. Aquellos verdes no eran los mismos verdes que los de Chéri, pero casi. ¡Qué bonita le ha salido esta adaptación menor de un texto mayor de Colette al astuto de Stephen Frears! Bonita de arriba a abajo: jardines, casas de campo, salones, dormitorios, muebles Art-Déco, porcelanas, vestidos, batines, peinados... y jardines, sobre todo, jardines, insisto. Una maravilla.

Otro elemento que forma parte esencial del magnífico atrezzo de Chéri es Michelle Pfeiffer, que sale guapa (el hecho de estar mejor operada que Nicole Kidman ayuda mucho). Guapa, pero forzada. Como todo lo demás, por otra parte, en esta película aburrida como un desayuno a solas y liviana como una brisa matutina de final de verano. Frears hace lo que puede por rememorar Las amistades peligrosas, lo malo es que no cuenta con un guión tan bien alimentado y redondo como en aquella irrepetible y oportuna ocasión. El de Chéri hace aguas por las junturas, aunque esté escrito por la misma persona: el dramaturgo Christopher Hampton. Se repite. Se arruga. Se deshilacha por momentos. Acaba desinflado sobre las baldosas de mármol rosa del cuarto de baño más precioso de la temporada.

Yo no sé si la película está hecha en broma o en serio, si los actores derrochan comicidad o sutileza, si el director ha prestado atención o no a su trabajo durante el rodaje. El caso es que, al final, no queda apenas nada en los bolsillos del cinéfago ladrón de instantes intensos. Nada, excepto esos jardines verdes y rosas, verdes y blancos. Verdes, soleados y civilizados.

Aunque, igual no me he enterado de nada y resulta que el desapego de Frears al contarnos esta historia de amor entre un pipiolo y una mujer madura es el mismo que Colette utilizó en sus dos novelitas breves. Estilo, en suma.

Blood Creek

Blood Creek

Los ejecutivos de Lions Gate no han sabido muy bien qué hacer con Blood Creek. Ni siquiera con el título, que pasó de Creek a Town Creek y finalmente a Blood Creek. La película se ha estrenado mal en Estados Unidos, de tapadillo, sin promoción y en salas de tercera categoría. Quizás no mereciese mejor trato, a pesar de estar dirigida por Joel Schumacher e incluir un par de momentazos desestabilizadores.

La premisa argumental tiene su aquel: en los años treinta, un nazi ocultista se instala en una granja estadounidense para estudiar una piedra rúnica tallada por los escandinavos que visitaron las Américas antes de la llegada de Cristobal Colón. Décadas después, el nazi se ha convertido en una especie de vampiro que chupa sangre de los vivos y resucita a los muertos con frases arcanas.

Schumacher, que este año cumple ya los 71, lo filma todo con su habitual buen gusto y se divierte enfatizando los escenones gore (deslucidos por inoportunos retoques digitales). Desgraciadamente, a pesar de los esfuerzos del director y por culpa de un guión plano y previsible, Blood Creek no pasa de ser un clon cinematográfico de cualquier episodio grotesco de Expediente X o Fringe.

Eso sí, incluye una secuencia muy perturbadora: la de un caballo zombie irrumpiendo con furia en una cocina con la intención de pisotear y morder a los paletos atrincherados en su interior. ¡Qué miedo, tú!

Si quieres verla, descárgatela aquí.

Ricky

Ricky

Hoy, viernes 22 de enero de 2010, he publicado este texto informativo sobre Ricky, de François Ozon, en el suplemento Metrópoli del diario El Mundo.

“La gente se va a creer que mi mujer se ha acostado con el Ángel de la Guarda”, se queja en un momento clave del metraje el atribulado padre del pequeño protagonista de Tobi, una de las películas más extrañas del cine español. Dirigida y coescrita por Antonio Mercero en 1978, Tobi narraba la historia de un niño (Lolo García) al que le salían unas alas de angelote en la espalda, con las que, al final del film, emprendía el vuelo hacia un lugar ignoto, en compañía de sus amigos los pájaros.

También en Ricky, la nueva tragicomedia doméstica del francés François Ozon (Swimming Pool), aparece un bebé con alitas de querubín. El niño (Arthur Peyret) es el fruto del amor proletario de una pareja formada por Katie (Alexandra Lamy, Lucky Luke) y Paco (Sergi López, Mapa de los sonidos de Tokio). Para la estresada madre, que ya tiene una hija de una relación anterior, Lisa (Mélusine Mayance, serie Vive les vacances!), y para el descuidado padre, que no sabe cambiar unos pañales, la llegada de este regalo del Cielo supondrá un revulsivo dramático de imprevisibles consecuencias.

Basada en un relato de la escritora británica Rose Tremain, adaptado y reestructurado de arriba a abajo para la gran pantalla por el propio Ozon con la colaboración de Emmanuèle Bernheim, Ricky explora distintos territorios genéricos: comienza siendo un fresco neorrealista y social al estilo de Ken Loach o los hermanos Dardenne, y va poco a poco transformándose en un cuento de hadas para adultos, trufado de elementos desestabilizadores, que algunos críticos franceses se han atrevido a comparar con el cine de Luis Buñuel.

“Para mí, la realidad siempre ha estado impregnada de fantasía —afirma el director—. En la película, al igual que sucede en la mayoría de las fábulas, los elementos fantásticos revelan algo real sobre las relaciones humanas. En este caso, sobre la familia como un mal necesario”.

Balabanov y las guerras

Balabanov y las guerras

Estos son algunos de los textos que he ido publicando en los últimos meses en mi sección Leer de la revista Fotogramas.

Aleksei Balabanov. Cine para la nueva Rusia (Festival Internacional de Cine de Gijón, 184 págs., 10 euros). Jesús Palacios saca al oso siberiano que lleva dentro para explicarnos cómo es el cine ruso postperestroiko. Según él, a las nuevas generaciones les atrae la serie negra, el drama mafioso y la comedia pasada de rosca con aderezo erótico. Aleksei Balabanov, autor de la cult-movie Of Freaks and Men, encabeza a este grupo salvaje. El Festival de Gijón de este año también ha editado un interesante libro colectivo sobre la figura y la obra del turcoalemán Fatih Akin (Contra la pared). Fotogramas, enero 2010

Películas clave del cine bélico (Robinbooks / Ma Non Troppo, 296 págs., 19 euros). “El cine tiene el poder de reflejar, ordenar y explicar la guerra hasta el punto de provocarla, justificarla o condenarla y, de esta forma, no cambiar y destruir el mundo sino nuestra percepción del mundo”. Con esta frase aterradora, Edmond Roch marca el tono de un libro en el que, no sólo se analizan a fondo los 100 largometrajes más significativos del género, sino que, de una forma muy sutil, se reflexiona sobre la mismísima esencia diabólica de la representación distorsionada de la realidad. ¿Son ustedes conscientes de que lo que muchos sabemos sobre la Segunda Guerra Mundial se lo debemos, casi exclusivamente, al cine? Fotogramas, enero de 2009

El cine bélico. Diccionario de películas (T&B Editores, 424 págs., 27 euros). José Manuel Fernández es militar condecorado de alto rango. Sólo por eso, su libro merece ser tenido en cuenta. La crítica cinematográfica suele posicionarse en el bando de los intelectuales antibelicistas a la hora de valorar una película de guerra. Fernández no lo hace. A él le interesan los datos históricos que inspiran a los guionistas, la credibilidad bélica de las imágenes rodadas por los directores y la marcialidad fingida (o no) de los actores. Fascinante. Fotogramas, agosto 2009

foto de of freaks and men (1998), de aleksei balabanov

descárgate of freaks and men aquí.

Canal Cero: TV Sex

Canal Cero: TV Sex

Este texto lo publiqué el domingo 7 de enero de 1996, en el suplemento La Revista del diario El Mundo. Pertenece a una serie de columnas televisivas tituladas Canal Cero.

Una reciente lectura del clásico de la ciencia ficción Crash, de J.G. Ballard, me ha sumido en un extraño trance mediático. ¿Qué pasaría si la televisión se convirtiese en un compañero de juegos sexuales? Todavía no existen demasiados casos de telefilia consumada, al margen de esos performers sadomasoquistas que se cuelgan pesados aparatos de sus testículos y de esos millones de anónimos acariciadores de pantalla. Estoy seguro, sin embargo, de que en estos mismos momentos hay un montón de soñadores delante de sus teles, esperando anhelantes el momento en el que se produzca el milagro del contacto con tacto. De hecho, el auténtico desafío de los investigadores de la Realidad Virtual debería ser, precisamente, ése: poder conectar en la intimidad a las estrellas de la TV con sus admiradores más calientes.

Un primer paso sería poner a punto una serie de trucos excitantes: unas gafas electrónicas que quitasen la ropa a nuestros favoritos y favoritas, o descodificar la emisión de las películas porno del Canal + mediante impulsos corporales a través de una instalación ciberpunk subcutánea. Los ideólogos deberían ir tomando nota: la mejor forma de explicar qué es o qué puede llegar a ser la televisión interactiva y a la carta es excitando al personal. El telesexo no tiene ni punto de comparación con el teletexto.

ilustración de miguel ángel martín

Sherlock Holmes

Sherlock Holmes

Hoy, viernes 15 de enero de 2010, publico este texto informativo sobre Sherlock Holmes en el suplemento Metrópoli del diario El Mundo.

Guy Ritchie, el exmarido de Madonna, es un londinense de pura cepa, cosecha del ’68, enamorado de los bajos fondos y la mala gente. El tío tiene estilo vistiendo, un carácter sensible que encandila a la primera y un ojo cinematográfico muy contemporáneo. Sus películas son reconocibles a primera vista: Lock & Stock, Snatch. Cerdos y diamantes, RocknRolla. Comedias de acción gansteril todas ellas, repletas de secundarios patibularios y excentricidades narrativas a lo Tarantino.

Con Sherlock Holmes, este británico nacido con una flor en el culo da el salto a la primera división de la industria, poniéndose en manos del megaproductor Joel Silver (responsable de las sagas de Arma letal y Matrix). En su primer trabajo para una major de Hollywood, la Warner, Ritchie ha contado con un presupuesto de casi 100 millones de euros, más de lo que costaron todas sus anteriores películas juntas. El resultado final, en pantalla, es espectacular.

Lo primero que llama la atención en esta nueva versión cinematográfica de las aventuras del detective creado por el escritor Sir Arthur Conan Doyle hace más de un siglo, es la estética del film. El Londres Victoriano y finisecular recreado por Ritchie y sus compinches —la diseñadora de producción Sarah Greenwood (nominada al Oscar por Expiación: más allá de la pasión), el director de fotografia Philippe Rousselot (Oscar por El río de la vida) y la figurinista Jenny Beavan (Oscar por Una habitación con vistas), entre otros— está sumido en el caos de la Revolución Industrial. Es una ciudad bulliciosa, ruidosa, lluviosa, sucia, descontrolada, infestada de maleantes y en constante (re)construcción.

Allí, en el número 221B de la calle Baker, comparten piso y actividades antidelictivas el detective Sherlock Holmes (Robert Downey, Jr., Iron Man) y el doctor John Watson (Jude Law, El Imaginario del Doctor Parnassus). Nada más empezar la película, les vemos en acción repartiendo puñetazos, patadas y golpes de bastón a los esbirros de un tal Lord Blackwood (Mark Strong, RocknRolla), un espeluznante satanista que está a punto de sacrificar a una joven. Una vez detenido, encerrado y juzgado el maleante, Ritchie se entretiene explicádonos cómo viven y cómo son, en la intimidad, los protagonistas de la historia.

El Holmes de esta película no se parece nada al de películas y teleseries anteriores. Tampoco tiene mucho que ver con el de las novelas y relatos de Conan Doyle, aunque Ritchie y los guionistas Michael Robert Johnson, Lionel Wigram, Anthony Peckman y Simon Kinberg insistan en afirmar lo contrario. Disfruta horrores Downey, Jr., convirtiendo al famoso detective en un héroe de acción experto en artes marciales, pero con el carácter puñetero y autodestructivo de un doctor House pasado de vueltas.

En una de las secuencias más llamativas, Holmes participa en un combate clandestino de boxeo sin guantes (una genuina bareknuckle fight: el antecedente directo del boxeo moderno). En este tipo de combates, muy populares entre los inmigrantes irlandeses, los londinenses adinerados se mezclaban con el populacho y apostaban su pasta por alguno de los contendientes. Sherlock, descamisado y musculoso, se pega de bofetadas con un mastuerzo. Antes de rematarlo, imagina cada uno de los golpes que va a arrearle, a cámara superlenta. De esta forma, el espectador puede disfrutar dos veces seguidas con los mejores momentos de una misma pelea.

“En algunos relatos de Conan Doyle aparecen combates de boxeo de este tipo —asegura Ritchie—. El Holmes literario original era practicante de artes marciales, o sea que no resulta ilógico que fuese un excelente luchador”.

Tampoco el Watson de Jude Law se ajusta al modelo original. Más guapo, más joven, más activo y más agresivo que en anteriores ocasiones, incluso se permite el lujo de tener novia y estar a punto de casarse con ella. La chica, por cierto, se llama Mary Morstan (Kelly Reilly, Orgullo y prejuicio), y no se lleva nada bien con el cascarrabias de Holmes.

El otro personaje femenino importante que aparece en el film de Ritchie es Irene Adler (Rachel McAdams, The Time Traveler’s Wife), una peligrosa ladrona de guante blanco que tiene el privilegio de ser la única mujer que ha conseguido enamorar y sacar de quicio a Sherlock Holmes en repetidas ocasiones.

La trama del film se complica cuando Lord Blackwood regresa de la tumba para instaurar un reinado de terror con la ayuda de importantes políticos y ricachones ultraconservadores. Holmes y Watson se meten de cabeza en el barullo, se enfrentan entre sí, son traicionados, pierden la compostura, la recuperan, visitan los peores rincones de Londres y se pelean varias veces con un gigantón indestructible (Robert Maillet, 300).

Para terminar, un par de referencias. Ritchie ha confesado haber visto una treintena de veces Dos hombres y un destino, el clásico sesentero de George Roy Hill, con Robert Redford y Paul Newman haciendo de magnética pareja de forajidos. La relación entre Holmes y Watson en su película recuerda un poco a la de Redford y Newman, salvando las insalvables distancias. Por otra parte, la banda sonora de Hans Zimmer (Piratas del Caribe, El caballero oscuro) incluye algunos compases de El bueno, el feo y el malo, de Ennio Morricone, a modo de guiño cinéfilo.

EL MISTERIOSO COMIC QUE INSPIRO LA PELICULA. Warner Bros. puso en marcha el proyecto de Sherlock Holmes después de ver una versión en cómic escrita por Leonard Wigram y dibujada por John Watkiss, en la que se ponían de relieve las aptitudes boxísticas y espadachinas del detective. El cómic no se hizo con la intención de publicarse, pero Wigram acabó ejerciendo de coguionista y coproductor del film.